lunes, 22 de noviembre de 2010

Confesiones: Ashley Stewart

A Ashley lo único que le quedaba era su propia vida, el único bien posible, lo único que podía llamar verdaderamente suyo. Y eso era justamente lo que le daba fuerzas, no tener miedo porque no había en el mundo ya nada más que perder, ni siquiera le daba miedo la muerte, como antes, porque la había tenido ya cerca algunas veces, ahora ya sabía cómo funcionaba todo, había un nuevo set de reglas de juego y ella las tenía bajo control.

La ausencia del mundo como era antes le dolía, pero en la nueva surrealidad no había espacio ni tiempo para sentir, los sentimientos estaban oprimidos por un fuerte instinto de supervivencia, por la adrenalina constante.

No tenía idea de cuántos días habían pasado desde la infección, desde la noche en que encontró a su madre comiéndose las manos de su padre; pero le parecían suficientes, era como si hubiera muerto y luego, de pronto renacido. La de antes era otra, ligera de opiniones y envuelta en el vacío de las apariencias, entre niños de mamá, todos tan bien vestidos que hasta a ella le daba envidia mirarlos.

Ese mundo de su pasado era ahora como el recuerdo de una vieja obra de teatro, un recuerdo insólito apagado bajo la nueva realidad de sus condiciones, había que correr lo más rápido que se pueda, aquí donde las armas son una necesidad y no un privilegio.

Ashley cambio sus tacones por botas sucias y su corvette por el auto más cercano con gasolina, sin embargo, la velocidad era la misma, el mismo refugio para su desbocado tren de pensamientos.

De todo, lo que más la impresionaba ahora no eran lo no muertos, ni su sed, ni siquiera la cantidad de sangre, esos ríos rojos convertidos en algo tan común como un saludo; lo único capaz de sacudirla al punto de la rabia era ver al hombre siendo el peor enemigo del hombre, la absoluta degradación de la humanidad.

Al menos a veces hay calma, lugares desiertos de sangre, huecos de paz en medio de la devastación.

Sentada en el suelo mira por la ventana como el sol nuevamente se levanta, saca un cigarrillo, ya le quedan tan pocos, se fuma el desayuno y prepara nuevamente sus balas, en unas horas saldrían del encierro a enfrentar de nuevo a los podridos cuerpos hambrientos, esta vez saldría sin miedo, pues era su turno de conducir.

2 comentarios:

  1. Interesante mujer con quien pasar el fin de los días. Buen relato.

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  2. Ja ja buena, gracias por publicar, hay que seguir haciendo que la historia de este universo zombie siga creciendo.

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